miércoles, 25 de abril de 2012

EL BUEN SAMARITANO


Éste es uno de los pasajes más conocidos de la Biblia. De hecho, cuando alguien hace una obra de caridad, tal como dar una limosna, ayudar a una familia en sus penurias económicas, dar trabajo a alguien... se dice de él que es un "buen samaritano". Sin embargo, releyendo esta parábola, el Señor, viéndolo con los ojos del espíritu, he podido ver, con la mente de Cristo, un sentido nuevo, más profundo, que nos indica el camino que debe seguir todo discípulo de Cristo.
En el Evangelio de Lucas, en su capítulo 10.25-37, se nos presenta a un religioso que está conversando con Jesús. Sin embargo, en su corazón recela, aunque reconoce en Él su autoridad, pues intenta probarle.

"Y he aquí un intérprete de la Ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? Él le dijo: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees? Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás."
Ya hemos dicho que el interlocutor es un hombre de religión, alguien que conoce las Escrituras y que intenta ser buena persona, cumplidor de la Ley, que cree en Dios y quiere salvarse. Él está seguro de estar haciendo lo correcto ante Dios y, pregunta a Cristo, para ver si la respuesta del Señor se ajusta a la Palabra de Dios. Conociendo Jesús lo que de verdad intenta hacer este hombre, deja que él mismo responda lo que, efectivamente, viene en la Ley.
"Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?"
Con esta pregunta, el hombre está cuestionando si hay que amar a todos los hombres, ya que pregunta ¿quién es mi prójimo?. La tradición judía expresa que el prójimo es alguien de su propio pueblo o un extranjero que se convierte al judaísmo y convive con ellos, formando parte de Israel (Levítico 19.18, 33-34). Un pagano, un extranjero de otra religión, no es considerado, por este hombre, como su prójimo y, por tanto, según él, no tiene obligación legal de amarle como a sí mismo. Sin embargo, se hace de nuevas, esperando que Jesús entre de lleno en la cuestión, haciendo la pregunta: y ¿quién es mi prójimo?.
"Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto."
Hay que resaltar que Jesús no dice de qué nacionalidad es el hombre. Es de suponer que fuese judío, puesto que iba de Jerusalén a Jericó, pero el Señor, premeditadamente, no lo especifica, dejando la puerta abierta a toda la humanidad. ¿Quiénes eran los ladrones que despojan a esta persona?. Cristo llama ladrones en varias ocasiones a los dirigentes de las religiones, que se enseñorean de las almas y someten a las personas a servidumbre espiritual. Tenemos un ejemplo en el siguiente pasaje: "Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; y les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones" (Mateo 21.12-13). Éstos dejan al hombre vacío, sin fuerza para continuar en su camino, es decir, medio muerto, despojado y sin posibilidad de tener relación directa con Dios.
"Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo."
Cristo hace referencia a los "maestros" e intérpretes de la Ley. Los hombres de religión, los dirigentes, que en teoría, guían al pueblo, sepulcros blanqueados. ¿Cómo iban ellos a asistir al hombre si sus compañeros eran los que le habían despojado?
"Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia"
Ahora nos presenta un nuevo personaje. Especifica su nacionalidad, ya que los samaritanos eran considerados por los judíos como extranjeros, paganos, despreciables. Recuerda el pasaje donde Cristo le pide agua a una samaritana, como ella le responde: "¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí" (Juan 4.9). Por supuesto, un judío, que aquí representa a todo hombre de religión, no va a considerar a un samaritano como un Sacerdote u hombre de Dios. Sin embargo, el Señor nos presenta, precisamente, este nuevo Sacerdocio. Un hombre normal, que no descendía de Jerusalén a Jericó, como el sacerdote litúrgico, es decir, alejándose de la ciudad de Dios (Jerusalén) hacia el mundo (Jericó), sino que iba de camino, posiblemente en dirección contraria, del mundo a Dios, hacia la Jerusalén espiritual, hacia Sión. "El camino de la vida es hacia arriba al entendido, para apartarse del Seol abajo." (Proverbios 15.24)
Este hombre de Dios se acerca al herido y siente la Misericordia del Señor, se apena de su situación y ahora veremos qué hace para salvarlo.
"y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él."
Lo primero que hace es entrar en contacto con él, curar sus heridas con aceite y vino, es decir, el mensaje de Salvación del Mesías, como su sangre nos lava de nuestros pecados y nos devuelve la vida, ungiéndonos con su aceite, que es el Espíritu Santo. Una vez que realiza esta primera cura, le pone en su cabalgadura, ya que aún este hombre está débil y no es capaz de andar por si mismo: "Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo" (Gálatas 6.2); lo lleva al mesón, que es la presencia de Dios, pues sabemos que Él es nuestro descanso, y allí cuida de él, dándole el alimento necesario para reponer sus fuerzas en el Señor.
"Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese."
Si el mesón es la presencia de Dios, es obvio quien es el mesonero. Llama la atención que el samaritano pague al Señor por las bendiciones de sus cuidados. Evidentemente no se trata de un pago material, mucho menos económico. Tanto los dos denarios como los gastos a pagar a su vuelta, representan la promesa, por parte del samaritano a Dios, de que va a ofrecerse en garantía, haciendo sacrificios agradables a Él, amando a ese hombre como a si mismo, dando su vida espiritual por su ahora hermano en Cristo, orando por él en la confianza de que Dios derramará su Sabiduría y Amor en este nuevo hijo de Dios. También hemos de darnos cuenta, que este nuevo Sacerdote comprende que no puede interferir en la relación entre Dios (Mesonero) y su hijo (huésped), y que él ya ha cumplido su misión y lo deja en manos del Señor, que a través de su Espíritu Santo, que ya mora en él, fortalecerá su alma para que pueda afrontar el camino (Cristo) en su libertad: "Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí." (Juan 14.6).
"¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?"
Date cuenta que, al principio de la parábola, el intérprete de la Ley pregunta quién es su prójimo y, al final de la misma, Jesús le ha dado la vuelta a la pregunta, contestándole quién fue el prójimo del hombre. Lo importante no es pensar a quién tienes obligación de ayudar, sino saber que debes ayudar a cualquiera, pero una ayuda espiritual, para que conozca al Señor, se entregue a Él y ande libre en el Camino. Esto no quiere decir que, si tiene necesidad de algo en este mundo, ropa, alimento, dinero... no se lo des. Por supuesto que hay que satisfacer las necesidades materiales, pero no podemos quedarnos sólo en ellas.
Veamos ahora la respuesta del religioso:
"Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo."
Todo hombre de Dios, que ha nacido de nuevo en Él, se convierte en Sacerdote del Dios Altísimo y tiene la obligación de predicar su Palabra, Ofrecer sacrificios agradables a Dios: "En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos." (1ª de Juan 3.16), ya que esto, y no otra cosa, es amar al prójimo como a nosotros mismos.

Levítico 19.18

Levítico 19.18

Ser prójimo. Amar no es solo dar sino darse PDF Imprimir
El amor al prójimo es inseparable del amor a Dios. El que ama a Dios ama también a su prójimo; el que no ama a su prójimo no puede decir que ama a Dios. El mensaje del amor de Dios cobra fuerza cuando es encarnado en acciones concretas de amor al prójimo.

Para el filósofo mexicano Antonio Caso hay tres niveles de la existencia humana: el biológico (la existencia como economía), el estético (la existencia como desinterés) y el de la caridad o el amor (la existencia como sacrificio). En términos generales, estos tres niveles coinciden con las connotaciones de tres palabras griegas que servían para expresar la idea del amor en el siglo 1 de nuestra era: eros, filia y agape. Los escritores del Nuevo Testamento tomaron la tercera de estas palabras (agape) —la menos común en los autores clásicos— y le dieron un nuevo sentido derivado del evangelio. Enriquecida por la visión y la experiencia del Dios que se revela en Jesucristo como Padre, la palabra agape pasó a ocupar un lugar privilegiado en el léxico cristiano como el vocablo que sintetizaba toda la teología y la ética cristianas: «Dios es Agape» (1 Jn 4.8) y «el cumplimiento de la ley es agape» (Ro 13.10).

No podemos entrar aquí a detallar las diferencias entre eros, filia y agape. Alguien las ha simplificado afirmando que eros dice: «Todo para mí», filia dice: «Esto para mí y aquello para ti», y agape dice: «Todo para ti». Desde la perspectiva del evangelio, la definición de agape se da no tanto en palabras sino en la entrega de Jesucristo por nosotros. «En esto conocemos lo que es el agape [dice Juan]: en que Jesucristo entregó su vida por nosotros». Y, como la ética es inseparable de la ética, añade: «Así también nosotros debemos entregar la vida por nuestros hermanos» (1 Jn 3.16). Agape es, pues, la entrega de uno mismo en beneficio del otro. En palabras Caso, la caridad (o amor) «consiste en salir de uno mismo, en darse a los demás, en brindarse y prodigarse sin miedo de sufrir agotamiento».1
La mejor ilustración del profundo sentido del amor-entrega la da Jesús en su conocida «parábola del buen samaritano» (Lucas 10.25-35).  Todo comienza con una pregunta que un experto en la ley dirige a Jesús: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Se trata de una pregunta de un judío religioso conocedor de las Sagradas Escrituras. Eso pone en relieve la intención que le anima: es una pregunta retórica, hecha «para poner a prueba a Jesús» (v. 25). ¿Qué puede importarle a un experto en la ley la respuesta de Jesús? ¿Acaso no tiene ya las respuestas que le provee el judaísmo, cuyo denominador común es el celoso cumplimiento de la ley (la Torah) como el medio provisto por Dios por el cual se obtiene la vida eterna?
Jesús, que conoce el diletantismo de su interlocutor, le responde con otra pregunta: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo la interpretas tú?» (v. 26). Así, de entrada obliga al experto en la ley a un diálogo que supere las meras definiciones verbales y se oriente a la práctica de la verdad. El problema del experto no es que no sabe lo que dice la ley; el problema es que, sabiendo las respuestas del judaísmo a su propia pregunta, ha transfor-mado el antiguo llamado a la ley del amor en un ejercicio intelectual.2
La respuesta del experto es, en efecto, una combinación de dos textos del Antiguo Testamento, una combinación que, según afirman los estudiosos, jamás se encuentra en los escritos rabínicos de la época: «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6.5) y «Ama a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19.18). Esta combinación aparece en labios de Jesús en Mateo 22.37-39 y Marcos 12.29-31 en respuesta a una pregunta que le plantean los maestros de la ley: «De todos los mandamientos, ¿cuál es el más importante?». Como Jesús, el experto en la ley, según nuestro pasaje, ha entendido el verdadero sentido de la ley, ha visto que «el amor es el cumplimiento de la ley» (Ro 13.10). Sin embargo, por algo dice el adagio que «del dicho al hecho hay mucho trecho». Cuando Jesús lo confronta con la necesidad de vivir la ley que él ha resumido con tanta precisión, el experto se siente arrinconado y, queriendo «justificarse», plantea un interrogante: «¿Y quién es mi prójimo?».
Esta última pregunta es lo que suscita la parábola. Para entenderla correctamente tene-mos que relacionarla con la distinción que muchos rabíes de aquel entonces establecían entre «prójimo» y «extranjero», ejemplificada por la siguiente cita de Moisés Maimónides en la Edad Media: «Cuando se dice (en la ley) su "prójimo", se exceptúa a todos los gentiles (extranjeros). Un israelita que mata a un extranjero no es condenado a muerte por el Sanhedrín, porque la ley dice "si alguien se levantara contra su prójimo"».3
La distinción entre «prójimo» y «extranjero» hacía posible que el judío entendiera Levítico 19.18 como un llamado a un amor que se limitaba al connacional y exceptuaba al gentil. Así, pues, la pregunta del rabí «¿Y quién es mi prójimo?» refleja una interpretación tradicional del mandato de Dios en la cual el experto en la ley se refugia frente a la pregunta de Jesús. ¿No es lo mismo que hacemos nosotros hoy, cuando deseamos evadir nuestra responsabilidad en relación con la palabra de Dios? ¿Acaso no recurrimos a alguna interpretación tradicional que excuse nuestra desobediencia?
Jesús narra la parábola para dar respuesta a la pregunta del experto en la ley. Se refiere a un incidente que, por todo lo que sabemos, bien pudo haber ocurrido unos días antes: un asalto a un viajero en el sinuoso camino de Jerusalén a Jericó. Ese camino de algo más de treinta kilómetros, con una pronunciada pendiente de mil metros, era conocido como la «vía sangrienta» por ser el escenario de frecuentes asaltos cometidos al amparo de los peñascos. Pero Jesús toma un incidente común y hace de él un drama en tres actos, en el cual participan, además de los ladrones y la víctima, tres personajes: un sacerdote, un levita y... un samaritano. Queda así reemplazado el tercer elemento de la tradicional tríada del judaísmo: un sacerdote, un levita y un israelita. La intención es obvia: obligar al rabí a profundizar la reflexión.
Primer acto: el asalto. Los ladrones no se limitan a robar a su víctima sino que la desnudan, la golpean y la dejan medio muerta. ¿Quién es la víctima? Jesús da un solo dato al respecto: es un hombre. ¿Nombre? ¿Edad? ¿Estado civil? ¿Raza? ¿Clase social? ¿Oficio? ¿Religión? ¡No sabemos! El único dato que interesa es que se trata de un ser humano y, como tal, hecho a imagen y semejanza de Dios. Eso basta para el propósito de la parábola, y eso basta desde la perspectiva del amor. En palabras de Martín Luther King: «El samaritano tenía la capacidad para un altruismo universal».4 No pasemos por alto ese detalle: agape no hace distinciones de edad, estado civil, raza, clase social, oficio, religión... El único dato que requiere es que haya un ser humano en necesidad.
Segundo acto: la indiferencia de un sacerdote y un levita. Sucesivamente los dos ven al hombre medio muerto, tendido a la vera del camino, y siguen de largo. Como el rabí a quien Jesús narra la parábola, son gente religiosa, celosa por el cumplimiento de la ley. Sí, son gente religiosa pero inhumana. No los critiquemos muy severamente: lo más probable es que, si los tuviéramos ante nosotros, sabrían explicarnos su actitud. Podrían mencionar, por ejemplo, una razón práctica: estaban apurados. O una razón de prudencia: convenía alejarse del lugar, so pena de ser asaltados ellos mismos o (¿quién sabe?) acusados del atraco. O, mejor aún, una razón religiosa, con base bíblica: si el hombre estaba muerto, tocarlo significaba contaminarse, puesto que, según el Antiguo Testamento, el que tocaba un cadáver quedaba ritualmente impuro (cf. Nu 9.6-12). En resumidas cuentas, para auxiliar al caído hubiera sido necesario arrostrar un riesgo, y ¿quién quiere asumir un riesgo para ayudar a un desconocido? El recurso de la apatía es tan útil hoy como en ese entonces. Y, como observa Juan A. Mackay, «los dos eclesiásticos judíos que aparecen en esta historieta han dejado numerosa prole, que descubre en el día de hoy la misma parálisis del corazón que aquejaba a sus progenitores».5
Tercer acto: la acción de un samaritano. Note el lector el lujo de detalles con que Jesús describe la acción del buen samaritano en esta parábola. Cabe, pues, que nos detengamos en ella para percibir la fuerza de su significado.
Se trata de un representante de una raza despreciada por los judíos. La sola mención de un samaritano tiene que haber resultado chocante para el experto en la ley. Pero Jesús introduce ese dato —que el bienhechor era un samaritano— a propósito. Los dos religiosos —el sacerdote y el levita— del segundo acto eran miembros del «pueblo elegido» y se ajustaban a la ortodoxia judía. El samaritano, en cambio, no tenía a su favor ni una ni otra cosa: no era judío, adoraba en el monte Gerizín y, del Antiguo Testamento, sólo tenía el Pentateuco. ¿Qué de bueno se podía esperar de él?
La clave de la acción del buen samaritano está en la sintética descripción de su motivación: «viéndolo, se compadeció de él» (v. 33), es decir, de la víctima de los ladrones. Eso, y sólo eso, marca la diferencia en todo lo que sigue. No hay que olvidar otro dato: el samaritano no estaba atado a tradiciones ni tenía escrúpulos que le impidieran actuar (como en el caso de los religiosos) según los dictados de su corazón. ¡No hubo nada que rompiera la secuencia: ver, compadecerse, actuar!
La acción del samaritano no se limita a prestar al necesitado los primeros auxilios: «Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó» (v. 34). No en vano Jesús se detiene en la enumeración de todo lo que el samaritano hace en favor del hombre a quien toma bajo su cuidado: se acerca a él y le pone vendas, y luego lo monta sobre su propia cabalgadura, lo lleva a un alojamiento, lo cuida allí personalmente, paga los gastos al dueño del alojamiento y, antes de ausentarse, promete pagarle a éste cualquier otro gasto a su regreso. Esto es servir «en plata y persona». Lo que interesa al samaritano no es quién es la víctima de los ladrones sino cuáles son sus necesidades y qué puede hacer por él. Su acción se orienta a satisfacer esas necesidades según sus posibilidades, sin calcular el costo.
La acción del buen samaritano es una acción paradigmática. ¿Qué podemos aprender de ella sobre la dinámica con que actúa el amor-entrega?
1. El amor-entrega no tiene límites: se extiende a todo ser humano, sea cual sea su raza, clase social o religión. Algo anda mal cuando el cristiano piensa que su responsabilidad se agota dentro de la comunidad cristiana. Jesús nos enseñó a amar incluso a nuestros enemigos; el samaritano se detuvo a auxiliar a un ser humano en necesidad.
2. El verdadero amor se expresa en acciones concretas en favor del otro. Como reza el viejo adagio español, «obras son amores, no buenas razones». En palabras de Juan, el apóstol, «si alguien que posee bienes materiales ve que su hermano está pasando necesidad, y no tiene compasión de él, ¿cómo se puede decir que el amor de Dios habita en él?... No amemos de palabra ni de labios para afuera, sino con hechos y de verdad» (1 Jn 3.17-18). Nótese que, según este pasaje, el amor-entrega se expresa en términos de «bienes materiales». ¿Qué lugar queda aquí para la dicotomía, todavía tan común en círculos evangélicos, entre la evangelización y la acción social? El mensaje del amor de Dios cobra fuerza cuando es encarnado en acciones concretas de amor al prójimo.
3. El verdadero amor no necesita otro justificativo que el bien del prójimo. No necesita apoyarse en una ideología de cambio (aunque el cambio sea realmente urgente y deseable) ni requiere el auxilio de una utopía (aunque surja de una esperanza válida). El samaritano actuó porque se compadeció de su prójimo: ¡eso fue todo!
4. El verdadero amor responde a necesidades inmediatas y específicas del otro, necesidades que se presentan en el camino de la vida diaria. El samaritano no era un trabajador social profesional: simplemente respondió a la necesidad que encontró a su paso, que en este caso era una necesidad física. Y lo hizo sin pretender que su acción solucionara de una vez el problema de los atracos en el camino de Jerusalén a Jericó. Diríamos que su acción cuadra bien con la del verdadero revolucionario, el «hombre del auto-sacrificio» descrito por Víctor Massuh en La libertad y la violencia: es la acción de quien «cree en la necesidad de cambios humanos y tiene el coraje de iniciarlos ya, en el instante en que piensa que son necesarios y en el contexto de su propia vida»; es la acción de quien «no se embriaga con las visiones paradisíacas de una transformación futura y definitiva» sino que «piensa que si el paraíso terrenal existe, comienza a ser realizado gradualmente por medio de las lentas y opacas acciones cotidianas».6 Esto no es negar la importancia de la acción política orientada a cambios estructurales; es, sí, afirmar la primacía de la responsabilidad personal en el contexto de la vida diaria. Las necesidades humanas son múltiples y variadas, y cada necesidad humana, sea la que sea, es una oportunidad de servicio.
5. El verdadero amor compromete personalmente al sujeto del servicio. En otras palabras, el servicio que se inspira en el amor es servicio personal, sea a nivel individual o comunitario. A eso apunta la manera en que el samaritano atendió a la víctima del asalto. Amar no es sólo dar sino darse. Por eso, no es posible amar sin disponerse al sacrificio, al sufrimiento. Es inevitable, por lo tanto, que se plantee la pregunta: ¿Vale la pena amar? Esto trae a colación las reflexiones de Juan Luis Segundo en torno al amor:
Todo amor es una lotería, y una lotería donde se arriesga lo mejor, lo más íntimo de uno mismo. Para ese riesgo no existen garantías en el mundo. O se lo acepta o se rehúsa uno al amor. Por eso todo acto de amor no es más que un acto de buena voluntad: es un acto de confianza, es un acto de fe. Un acto de fe lanzado al aire, sin nombre, sin contenido preciso aún. Un «¡tiene que valer la pena!» opuesto al destino, a la ciega indiferencia de la vida que parece no advertir esa terrible seriedad que tiene para cada hombre su propio ser y su propia entrega. Pues bien, nosotros sabemos que esa confianza está bien puesta. Nosotros sabemos que está en buenas manos, es decir, que hay Alguien que ha respondido con un sí, y que ese gesto no se pierde en el vacío.7
Concluida la parábola, Jesús encara al experto en la ley con una pregunta que hace eco a la planteada inicialmente por el rabí: «¿Y quién es mi prójimo?». Pero la pregunta de Jesús pone en claro la naturaleza de la parálisis que afecta a su interlocutor: no ama, no porque no sabe quién es su prójimo, sino porque no está dispuesto a vivir en función del amor al prójimo. Según Jesús, la pregunta no es ¿quién es mi prójimo? sino ¿actúo yo como prójimo de mi «próximo» que está en necesidad? Por eso pregunta al rabí: «Cuál de estos tres piensas que demostró ser el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?» (v. 36). La respuesta es obvia, y el rabí la reconoce: «El que se compadeció de él» (v. 37).
El problema radica no en el conocimiento intelectual sino en el nivel de la práctica, en la voluntad de obediencia. Cuando lo reconocemos, no necesitamos más elaboración sobre el sentido del amor, ilustrado por la acción del buen samaritano. Las palabras con que Jesús concluye el diálogo con el experto en la ley cobran vigencia: «Anda, entonces, y haz tú lo mismo» (v. 17).

La ley de Cristo esla ley del amor

LA LEY DE CRISTO
 
La Ley de Cristo no es una nueva ley traída por el Hijo de Dios distinta a la Ley que fue dada a Moisés, sino más bien la consecuencia en la persona del cumplimiento espiritual de aquella. Sabemos que no hay nadie que pueda cumplir los 613 mandamientos y ordenanzas de que consta, y que fue Jesucristo, Dios con nosotros, quien la cumplió, llevando a  la Cruz los pecados de todos, en aquél cuerpo de carne que adoptó para su obra redentora.
La Ley de Cristo la encontramos enunciada en Gálatas 6:2 ...sobrellevad los unos las cargas de los otros y cumplid así la ley de Cristo... El contexto completo nos habla de las faltas de nuestros hermanos y de las propias, las de cada uno de nosotros, y nos enseña a que siendo espirituales restauremos con mansedumbre a nuestros hermanos, considerándonos a nosotros mismos primero para que no caigamos en tentación de la misma falta, porque dice: ...cada uno llevará su propia carga... vs5.
Si bien estamos obligados como miembros del cuerpo de Cristo a servirnos los unos a los otros, también sabemos que Dios es amor, pero no el amor humano, sino el Espiritual de Cristo, el cual ama de manera sobrehumana, con propósito y permaneciendo siempre fiel. Sirvámonos pues los unos a los otros, y sobrellevemos las cargas de los hermanos, porque si nos amamos los unos a los otros conocerán todos que somos discípulos de Cristo.
Para estudiar la Ley de Cristo y aplicarla a nuestra vida como discípulos, de manera espiritual encontramos siete apartados en los que aplicarla:
 
1.- El Evangelio y La Pasión.
El anuncio de la Buena Nueva de la obra redentora de Cristo es la llave que abre los corazones para salvar almas, lo cual hace que podamos tener hermanos en Cristo. Si no hay hermanos, no hay cargas que sobrellevar. La Pasión de Cristo es la redención de nuestras almas, a partir de ahí nuestro Señor sigue llevando carga por nosotros cada día, para nuestra edificación espiritual, hasta que estemos con Él. La Ley de Cristo comienza pues con su cumplimiento por el propio Cristo, por amor a nosotros.
 
2.- Venid a mi los que estáis cargados.
Esta enseñanza de nuestro Maestro de dejar nuestras cargas lleva de la mano otra, que es tomar nuestra cruz, para  recibir las cargas que el Señor nos dé. Esto lo tratamos en el apartado 3.
Hay tres tipos de cargas con las que nuestra alma puede lidiar. Una es la de nuestras propias preocupaciones, nuestra familia, nuestra Iglesia, nuestro trabajo, salud, etc. nuestros propios proyectos, tanto del mundo como espirituales.
Otra es la carga que nosotros queremos llevar por la que ofrecemos nuestras almas al Señor como sacerdotes en la intercesión, por los hermanos y amigos en Cristo que nosotros queremos, para un modelo de Iglesia, convivencia y hermandad que nosotros queremos.
La última carga que podemos llevar, es la que Cristo está esperando que Su Iglesia le pida. La cruz que nos dice que llevemos para seguirle a Él. Esta cruz la diseña Dios para nosotros y Él nos la concede cuando le dejamos a Él que nos la dé.
 
3.- El sacerdocio. El yugo de Cristo. Toma tu cruz. El alma.
El hombre tiene que dejar las cargas de sus propias preocupaciones, sus propios proyectos, y añadir a sus oraciones y sacerdocio el aceptar la cruz que el Señor nos ponga, las cargas que Él quiere que llevemos, las personas con las que compartir, aquellas a las que predicar, aquellos hermanos con los que Él quiere que estemos, quizá a los que no conocemos pero el Señor sí conoce. Las preocupaciones, acciones y oraciones que Él disponga para que las llevemos. No solo las de nuestra voluntad sino las que son de la voluntad y propósito del Señor, mas bien del Padre que es quien diseña una cruz para cada uno de nosotros a nuestra medida, igual que preparó la Cruz de su Hijo, por eso el Maestro de nuestra cruz es Cristo, el carpintero, el experto en la madera o madero de tormento. Esta es la cruz que Cristo nos pide que tomemos. ¡Toma tu cruz y sígueme!, no con tu propia cruz de tu creación, sino con la que el Padre te ha preparado.
No podemos pensar que llevar solo la carga que nosotros queremos es del agrado de Cristo, sino que nuestra disposición ha de pasar por ofrecernos a Él para llevar la que el Señor quiere que llevemos, entonces somos aceptados por el Señor en Su Yugo, del cual tiramos, cual bueyes, de una carga que es la de Cristo.
Las cargas que nosotros queremos llevar también están en el "carro" del que tira Cristo pues somos su pueblo, tenemos Su Espíritu, y nos esforzamos por lo Espiritual, haciendo Él el reparto de la carga que cada uno puede llevar. En el yugo hay dos bueyes, uno simboliza a Nuestro Señor, es el Sacerdote de la derecha, el guía, y el otro buey somos nosotros que vamos con Él. Sin Él no podemos tirar de ninguna carga espiritual, en el tiempo de Dios, de la forma que Dios quiere y con frutos que Él quiere darnos. Podremos tirar de muchas cargas que nosotros mismos nos imponemos, bien por hermanos, por personas que nosotros queremos que se conviertan a Cristo, por proyectos que nosotros queremos, por la Iglesia que nosotros queremos, etc, pero entones no somos sacerdotes útiles, porque estorbamos el reparto de la carga, el ritmo y la fuerza de tiro del yugo.
Aprender cual es nuestra carga y aceptarla comienza por nuestra disposición ante el Señor de tomar nuestra cruz preparada por Él. Es en lo que hemos de concentrar nuestra oración para que el Señor nos muestre ...las obras que Él preparó de antemano para que anduviésemos en ellas... Efesios 2:10. La Ley de Cristo nos enseña pues que el fruto de nuestro esfuerzo por amor a nuestros hermanos y a Cristo comienza por ponernos a Su disposición.
La prueba de que estamos llevando la cruz que el Señor quiere es cuando afrontamos con agrado y con fe una situación que nos aparta de lo que nosotros habíamos planeado. Un proyecto de predicación cuando no estamos preparados, el sufrimiento de un hermano por el que hoy no habíamos orado, compartir con hermanos que no conocemos en nuestra congregación, etc. La Ley de Cristo pone nuestra alma a servir a Dios desde dentro de nosotros mismos donde Cristo construye y es nuestro templo.

4.- El amor.
El amor de Dios es la esencia sobre la que se basa la Ley de Cristo. Si no hay amor no hay Ley de Cristo, pues Cristo es el resultado del amor de Dios para con la Esposa, la Iglesia, el Israel de Dios. Por ella, por nosotros llevó Jesucristo su Cruz. Por Él llevamos nosotros también hoy las cargas que Él lleva por sus discípulos, por los hijos de Dios, por nuestros hermanos. Una comunión fraternal, sin acepción de personas.
...No hay mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Juan 15:13.
...Tener entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados. Hospedaos unos a otros sin murmuraciones. 1Pedro 4:8.
...El que no ama a su hermano es homicida, y sabemos que ningún homicida tiene parte en el reino de Dios. 1Juan 3:15.
...En el amor no hay temor...1 Juan 4:18.
Es aquí donde vamos con Cristo en el yugo del sacerdocio para cumplir la Ley del amor, la ley de la libertad, la Ley de Cristo.
Por amor podemos estar dispuestos cuando se nos necesita; por amor nos ofrecemos a otros; por amor no imponemos nuestra forma de pensar sino que escuchamos y luego oramos para que nuestra predicación, enseñanza, doctrina, revelación de Dios, sea de utilidad para la edificación del cuerpo de Cristo y para la construcción de ligamentos fuertes por la amistad verdadera de los que tenemos al mismo Padre, hasta que venga en Su reino nuestro Señor. El Reino de Dios está entre nosotros. El amor el es vínculo perfecto, pero ese amor en el yugo que todos compartimos debe ser con propósito y con sentimiento fraterno sabiendo que todos somos útiles para la obra y que todos nos necesitamos los unos a los otros. Derribemos las barreras que el hombre ha levantado en la Iglesia. En Cristo, el amor para los de Cristo es incondicional.

5.- La Iglesia. La familia de Dios. La amistad.
Romanos 15 habla de soportar las flaquezas de los débiles, y de no agradarnos a nosotros mismos sino al prójimo. Si esto hacemos en la Iglesia que es nuestra familia de Dios, además de en nuestra propia familia; si esto hacemos, si agradamos al Señor en ello y construimos amistad sobrellevando las cargas de los hermanos, entonces la Iglesia es construida en este pilar tan importante de la amistad no fingida, por medio de la Ley de Cristo.
La amistad en Cristo es un resultado del amor en Cristo. Si no sentís amor por algún hermano, tenemos a quien acudir, al Espíritu de Dios, que es la fuente del amor, para que no veamos las barreras de la carne y sepamos que todos tenemos unas cadenas, como decía Pablo, las cuales ante los ojos de la verdadera Iglesia no han de prevalecer. Esforzaos pues en derribarlas de vuestras mentes para estar dispuestos a ser miembros del cuerpo de Cristo con aquellos que el Señor nos quiere por las coyunturas Espirituales.

6.- La carne y la mente.
La Ley de Cristo tiene en nosotros dos posibles opositores, uno consciente y otro inconsciente. Está en nosotros cambiar la situación para no tener impedimento.
La carne no discierne pero ha conseguido memorizar en la mente todo aquello que no le gusta a nuestra parte animal, como la oración, el ayuno, y todo aquello espiritual que signifique no darle rienda suelta, es pues la carne un lastre que hemos de dominar por el domino propio.
Pero la mente es dominada por el Espíritu dentro del alma. Para cumplir la Ley de Cristo hemos de orar usando la mente además del Espíritu, de modo que nuestra mente sea parte activa espiritual. En los nacidos de nuevo, se convierte en nuestra aliada para el domino propio, por que está capacitada para el discernimiento de las cosas de la carne y nos enseña como somos y nuestras debilidades, las de cada uno en particular de modo que sirva al Espíritu de Dios y no a la carne. ...Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas... Marcos 12:30.

7.- El Espíritu.
El Espíritu de la Ley de Cristo. Como orar para tomar la cruz y tomar nuestra carga en Cristo. ...Padre, en el nombre de Jesús, de Yahshua, la carga que yo tengo en mi alma y en mi corazón la traigo ante ti, traigo a esta hermana o a este hermano, que tiene este problema, o esta falta espiritual, traigo a mi esposo o hija, traigo este problema personal, espiritual, trago a la Iglesia de mi congregación, traigo... tantas cosas, a los que mueren de hambre física y espiritualmente, a los enfermos terminales que nadie ha visitado y predicado y orado por ellos, a los presos que se arrepienten de verdad, a todos aquellos que sufren y no te conocen, a los marginados y los que nadie quiere pero esperan tu respuesta, a los que sufren y son mis hermanos y te aman; pero tu sabes todo esto y llevas la carga ya. ...No ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque tuyos eran y me los distes... Ora Cristo al Padre en Juan 17, nosotros hemos de sentir igual que siente Cristo.
...Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. 35Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; 36estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. 37Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? 38¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? 39¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? 40Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis... Mateo 25:36.
...¿Y quién es mi prójimo? 30Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. 31Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. 32Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. 33Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; 34y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. 35Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese. 36¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? 37Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo. Lucas 10:27.
Nuestro prójimo es cualquiera que desciende de Jerusalén a Jericó, cualquiera que viene simbólicamente de la ciudad del Señor y va a su propia ciudad, a su vida, cualquiera que busca al Señor, pero no conoce el Camino, y cualquiera que conociendo el camino ha tropezado en el mundo, como el hijo pródigo, al cual el Señor nos envía. El aceite es la unción y la oración, el vino es la sangre de Cristo predicado al hermano que está en el mundo perdido y herido por el diablo. A esta persona al que los sacerdotes y levitas, líderes religiosos, líderes de algunas iglesias, no estiman, porque no ha sido perfecto, cuando ellos no lo son, porque lo han juzgado y condenado, porque son la religión de la imposición y la impiedad, incapaces de perdonar, pero que no miran sus almas, sepulcros blanqueados llenos de muerte, secos, sin amor. La cabalgadura es nuestros hombros bajo el yugo. Hemos de dejar a las noventa y nueve e ir por la oveja perdida. Cuando alguien recibe disciplina del Señor es porque le ama. Vayamos pues y hagamos lo mismo que nos enseña el Señor Jesús, Yahshua.
...Permanezca el amor fraternal. No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo hospedaron ángeles. Acordaos de los presos, como si estuvierais presos juntamente con ellos; y de los maltratados, como que también vosotros mismos estáis en el cuerpo. Hebreos 13:1.
Vengo a poner mis hombros bajo el yugo para que pongas sobre mí la carga que yo puedo llevar, la que tú has preparado para mí hoy. Vengo esta mañana como cada mañana para tomar mi cruz este día, no la que yo quiero, sino la que tú quieres que yo lleve. Gracias por permitirme compartir tu yugo, pero no tengo fuerzas como tú tienes ni tengo la suficiente virtud, pero confío en ti Señor. No soy digno de ti, pero te amo a ti y a los hermanos, enséñame a amar a mis enemigos...
...Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. 44Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; 45para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. 46Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? 47Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? 48Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto. Mateo 5:43.
Fue dicho por su ley para la moral, la cual es el estado inferior porque es ley del bien y del mal, la Ley de Cristo es el estado superior del hombre es la Ley del amor. Las dos son de Dios, depende de lo que haya en nuestros corazones, viviremos por la Ley de Dios para ejecutarla o viviremos para la ley de Su Hijo Jesucristo, por amor. Seamos pues perfectos espiritualmente como nuestro Padre y nuestro Señor Jesucristo, que puso su vida por nosotros estando en nuestros pecados antes de que le conociésemos y le amásemos. Así están hoy los que no le conocen, por lo tanto permanezca la esperanza en la paciencia por la piedad, el afecto fraternal y el amor de Dios.
Mi espíritu anhela tu Espíritu Señor, en el yugo estoy a tu lado, aunque sea duro, mi ser no vive ya sin tu presencia, y esta, está ahí, contigo, donde tú estás, por donde quiera que tú vayas, llévame contigo.
 
TEXTOS BÍBLICOS
1Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. 2Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo. 3Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña. 4Así que, cada uno someta a prueba su propia obra, y entonces tendrá motivo de gloriarse sólo respecto de sí mismo, y no en otro; 5porque cada uno llevará su propia carga. 6El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye. 7No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. 8Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. 9No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. 10Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe. Gálatas 6.
 ...Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece. Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte. Todo aquél que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene en él vida eterna. En esto hemos conocido el amor, en que Él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él. 1Juan 3:13.
...Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no saber lo que hace su señor; pero os he llamado amigos porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer. Juan 15:14.
Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia. Colosenses 1:24.
Así que hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en Sacrificio vivo, que es vuestro culto racional. Romanos 12:1.
El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor. Romanos.13:10.
Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la Ley de Cristo. Gálatas 6:2.
Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas. Mateo. 7:12.

CONCLUSIÓN
La Ley de Cristo es el Sacerdocio de los hijos de Dios, por los hijos de Dios. Los hijos de Dios los conoce Dios, porque pesa los corazones. Si juzgamos y excluimos no podemos tener esperanza de que los que ahora no le aman y no le conozcan nazcan de nuevo. La Ley de Cristo no solo es llevar carga por alguien que nosotros pedimos, sino la carga que el Señor nos de que llevemos por quiénes Él nos pone que la llevemos.
Cuando una persona no conoce a Dios debemos predicarle y ayudarle en lo que necesite si nos estima amigos en el Dios vivo. Podemos orar por ellos para que Dios les de fe como a nosotros, porque queremos que lleguen a conocer al Señor y vivir la vida espiritual como nosotros por amor a ellos y para la gloria de Dios.
Cuando la persona se entrega a Cristo y nace de nuevo por la fe, entra a formar parte del yugo de Cristo, tras el crecimiento de los rudimentos de la fe, el bautismo, el conocimiento básico de la Biblia, la oración la congregación y la comunión con los hermanos hasta la Santa Cena. Pasa a ser discípulo.
En el estudio sobre el Sacerdocio, es el discípulo el que pide la carga por alguien o algunos en particular, el la Ley de Cristo se perfecciona nuestro sacerdocio por el de Cristo, si hacemos lo que Él dice, llevando nuestra cruz, la cual Jesucristo nos prepara, por quien, o quienes y por lo que Él sabe que tenemos que llevar. Hagamos que crezca el número de hermanos que ofrecen voluntariamente al Señor sus vidas para llevar su cruz cada día, la cruz que Dios tiene preparada para nosotros cada día para el crecimiento del cuerpo de Cristo.
...Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil y ligera mi carga. Mateo 11:30. Es ligera la carga porque el Señor ama. Si amamos y tenemos esperanza y perseveramos en esta Ley espiritual, recibimos los frutos del Espíritu.
Si amáis al Señor y a los hermanos, orad para amar también a nuestros enemigos y ...sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la Ley de Cristo...

La ley de cristo y la ley de moisés

En la Biblia hallamos dos leyes, mejor conocidas como los dos testamentos. Sus reglas son distintas; por tanto es imposible guardar las dos. Pero esto no las hace contradecirse, pues el mismo Dios es autor de ambas. Antes bien, fueron escritas para dos épocas distintas. La ley antigua sirvió bien para su época particular; la nueva sirve bien ahora. Consideremos las dos en más detalle.
Desde el monte Sinai Dios entregó una ley al pueblo de Israel y mandó a Moisés a escribida. Por eso esa ley llegó a conocerse como la ley de Moisés. El Nuevo Testamento a veces se refiere a ella como “la ley”, mientras se refiere al nuevo orden que Cristo instituyó como “la gracia”.
Bajo aquella ley antigua Dios declaró principios morales. También instituyó un orden civil y religioso que ayudó al pueblo a guardados. Aquella ley con sus ceremonias religiosas señalaba en figuras hacia Cristo.
Si alguno no obedecía la ley de Moisés, tenía que morir.

Una ley provisional

La ley de Moisés fue provisional: fue hecha para terminarse. “Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan” (Hebreos 10.1). Terminó su obra y encontró su fin en Cristo. “Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree” (Romanos 10.4).
¿Recuerda usted la historia de Sansón? Sansón juzgó a Israel por veinte años. En aquel tiempo hizo muchas maravillas a favor de Israel. Pero al fin, vencido por los filisteos a causa de sus propias debilidades morales, trajo muerte sobre sí. En su muerte mató a más filisteos que había matado en toda su vida.
Vemos en Sansón una semejanza a la ley de Moisés, la cual también por causa de su debilidad fue terminada (Hebreos 7.18-19). En su abrogación hizo más bien que en todo el tiempo de su aplicación (Hebreos 7.22). Muriendo aquella ley falible, pudo efectuarse la ley perfecta de Cristo.
Es claro que Dios así lo planeó desde el principio. Se puede ver en la misma ley de Moisés: “Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare. Mas a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta” (Deuteronomio 18.18-19). Estas palabras de Dios mismo señalaron al día en que un legislador más grande que Moisés entregaría una ley superior. Así que Moisés, el escritor del primer pacto, aun al escribirlo predijo su anulación. Al venir los profetas, la atención se volvió aun más hacia el futuro. Isaías y Jeremías describieron más en detalle la naturaleza del reino y la ley que habían de venir. “He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová...Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” (Jeremías 31.31-33).

La ley de Cristo

Esta es la ley que Dios pone en el corazón y escribe en la mente (véase Hebreos 10.15-16). En Romanos 8.2 se refiere a ella como “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús”. Otras veces el Nuevo Testamento habla sencillamente de “la ley de Cristo”. Esta ley se compone de todas las enseñanzas de Cristo y sus apóstoles, grabadas en el Nuevo Testamento. Por medio de ella salimos del cautiverio de la ley de Moisés a la libertad de Cristo. La ley de Moisés declaró la justicia de Dios al hombre pecaminoso. La ley de Cristo nos trae el poder de vivir conforme a esa justicia. La ley de Moisés fue instituida con amenazas de muerte para los desobedientes, pero Jesús vino para salvar a su pueblo de sus pecados, así dándole vida.
La ley de Cristo la conocemos también como la dispensación de la gracia. La gracia no nos da libertad para pecar, sino nos da el poder de vivir libres del pecado.
La ley de Cristo es el cumplimiento del plan perfecto de Dios, formado desde antes de la fundación del mundo para salvar a la humanidad. La ley de Moisés fue dada a causa de las transgresiones, mientras Dios preparaba al mundo para la venida de Cristo.

El plan de Dios

Dios hace todo perfectamente y de una manera ordenada. El cambio de pactos no fue un cambio de parte de Dios por causa de algún error suyo, sino fue el cumplimiento glorioso de la primera fase y la institución de la fase principal de su plan de la salvación.
Dios hizo al hombre perfecto y lo puso en el paraíso del Edén. El pecado del hombre entonces corrompió a la raza humana y al mundo en que vivía. Pero Dios tenía listo un plan para salvarlo. Sin embargo, hasta que este plan se llevara a cabo, fue necesario que el hombre se diera cuenta de la gravedad de su pecado. Por tanto: “La ley ha sido nuestro ayo (maestro), para llevamos a Cristo” (Gálatas 3.24). Como el ayo prepara al niño para la madurez por medio de reglas y disciplina, así las normas estrictas y el castigo severo de la ley prepararon a la humanidad para Cristo y su ley.

Las diferencias

La Biblia hace una distinción clara entre la ley vieja y la nueva. Por ejemplo, la ley de Moisés mandó la pena de muerte para ciertos crímenes, y la guerra contra las naciones pecaminosas. En cambio la ley de Cristo nos encarga a amar a nuestros enemigos y a hacer bien a los que nos hacen mal. Eso es porque el nuevo pacto le quita al pueblo de Dios las responsabilidades del estado que le pertenecían bajo el viejo pacto. Quita también los sacrificios y figuras de la ley, ya que quedan cumplidas en Cristo. En cambio instituye un culto espiritual, dirigido por el Espíritu. Santo de modo que sea “en espíritu y en verdad”. Reemplaza la ley moral, resumida en los diez mandamientos, con la ley más alta de Cristo. Algunos no quieren reconocer este último cambio. Sin embargo, Jesús lo afirmó repetidas veces con sus palabras del Sermón del monte: “Oísteis que fue dicho... pero yo os digo”.

Nuestra afirmación

Ya que el mismo Dios estableció primero el viejo pacto, después el nuevo, no es de extrañarse que haya muchas semejanzas entre los dos. Pero podemos afirmar por la autoridad de las Escrituras que la ley de Cristo ha reemplazado completamente la ley de Moisés como nuestra regla de doctrina y conducta. El apóstol escribió hace casi dos mil años que Dios, “al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer” (Hebreos 8.13). Las dos leyes son tan diferentes que no podemos guardar las dos. Es adulterio espiritual procurar servir a ambas (véase Romanos 7.1-6).
La ley de Moisés sirvió bien para su época. Pero si guardamos aquella ley ahora, rechazando la ley de Cristo, traemos sobre nosotros condenación. “De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído” (Gálatas 5.4).
Afirmamos, pues, que la Biblia muestra claramente que la única ley válida para hoy día es la ley de Cristo, y sobre ella debemos basar toda nuestra fe y manera de vivir.

¿Por qué la confusión?

La mayoría de las iglesias hoy en día no hacen una distinción clara entre el Antiguo Testamento y el Nuevo. Ya que es imposible guardar los dos, escogen y aceptan sólo las partes de ellos que les gustan, y rechazan lo demás. Por ejemplo, aunque ninguna iglesia de hoy guarda toda la ley de Moisés, muchos se justifican en su participación en la guerra citando Escrituras y ejemplos del Antiguo Testamento. Así rechazan la enseñanza clara que Cristo y los apóstoles dieron que debemos amar a los enemigos y hacerles bien.
Otro error común pervierte la doctrina de la gracia. Muchos al Antiguo Testamento lo llaman la ley, como si fuera la única ley; y al Nuevo Testamento lo llaman la gracia, como si no hubiera en él nada más que gracia. Algunos reconocen que es necesario tener tanto la ley como la gracia, pero reemplazan la ley de Cristo con la ley de Moisés, así invalidando la gracia. “Si por la ley (del Antiguo Testamento) fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo” (Gálatas 2.21). Otros enseñan que ya que estamos bajo la gracia no necesitamos de ninguna ley. Pero amigo, aunque ya no estamos bajo la ley de Moisés, los mandatos de Cristo y sus apóstoles nos son una ley. Son la ley de Cristo.
La gracia es el gran don de Dios para nuestra salvación y el poder del Espíritu para vencer nuestra naturaleza pecaminosa. Pero en el Nuevo Testamento encontramos tanto la ley de Cristo como su gracia. El apóstol Pablo dijo que él no estaba “sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo” (1 Corintios 9.2 I).
De igual manera muchas iglesias de hoy aceptan el divorcio y las segundas nupcias, los instrumentos musicales y otras formas de adoración sensual, y la participación en el gobierno. Todo eso lo hacen basándose en el Antiguo Testamento, el cual Dios ha declarado terminado.

Nuestra confesión

Como cristianos del Nuevo Testamento creemos y confesamos que el Nuevo Testamento consta de la voluntad entera de Dios para nosotros. Le invitamos a confesar con la palabra inspirada de Dios y con nosotros, lo siguiente:
“Queda, pues, abrogado el mandamiento anterior a causa de su debilidad e ineficacia (pues nada perfeccionó la ley), y de la introducción de una mejor esperanza”(Hebreos 7.18-19).
“De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevamos a Cristo... pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo”> (Gálatas 3.24-25).
“Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Romanos 3.28).
“Pero ahora estamos libres de la ley, por. haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra”(Romanos 7.6).
“Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa” (Gálatas 3.19).
“El pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Romanos 6.14).
“De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído” (Gálatas 5.4).
“Cristo es el todo, y en todos” (Colosenses 3.11).

amar al projimo

Con el mandamiento del amor al prójimo culmina la serie de preceptos destinados a promover la honestidad, la solidaridad y la justicia entre los miembros de la comunidad. La palabra hebrea traducida por prójimo designa a la persona con la que se tiene una relación que no es la de parentesco (por ej., el vecino o el compañero de trabajo). El contexto da a entender que a este prójimo había que buscarlo únicamente en el interior del propio pueblo. Jesús y los escritores del NT dieron a este mandamiento alcance universal.

Ama a tu prójimo como a ti mismo. Levítico 19.18Leyes de santidad y de justicia Levítico 19.1-37 1 Habló Jehová a Moisés, diciendo: 2 Habla a toda la congregación de los hijos de Israel, y diles: Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios. (Lv. 11.44-45; 1 P. 1.16) 3 Cada uno temerá a su madre y a su padre, (Ex. 20.12; Dt. 5.16) y mis días de reposo* (aquí equivale a sábado) guardaréis. (Ex. 20.8; Dt. 5.12) Yo Jehová vuestro Dios. 4 No os volveréis a los ídolos (Lv. 26.1) ni haréis para vosotros dioses de fundición. (Ex. 20.4; 34.17; Dt. 5.8; 27.15) Yo Jehová vuestro Dios. 5 Y cuando ofreciereis sacrificio de ofrenda de paz a Jehová, ofrecedlo de tal manera que seáis aceptos. 6 Será comido el día que lo ofreciereis, y el día siguiente; y lo que quedare para el tercer día, será quemado en el fuego. 7 Y si se comiere el día tercero, será abominación; no será acepto, 8 y el que lo comiere llevará su delito, por cuanto profanó lo santo de Jehová; y la tal persona será cortada de su pueblo. 9 Cuando siegues la mies de tu tierra, no segarás hasta el último rincón de ella, ni espigarás tu tierra segada. 10 Y no rebuscarás tu viña, ni recogerás el fruto caído de tu viña; para el pobre y para el extranjero lo dejarás. (Lv. 23.22; Dt. 24.19-22) Yo Jehová vuestro Dios. 11 No hurtaréis, (Ex. 20.15; Dt. 5.19) y no engañaréis (Ex. 20.16; Dt. 5.20) ni mentiréis el uno al otro. 12 Y no juraréis falsamente por mi nombre, (Ex. 20.7; Dt. 5.11; Mat. 5.33) profanando así el nombre de tu Dios. Yo Jehová. 13 No oprimirás a tu prójimo, ni le robarás. No retendrás el salario del jornalero en tu casa hasta la mañana. (Dt. 24.14-15) 14 No maldecirás al sordo, y delante del ciego no pondrás tropiezo, (Dt. 27.18) sino que tendrás temor de tu Dios. Yo Jehová. 15 No harás injusticia en el juicio, ni favoreciendo al pobre ni complaciendo al grande; con justicia juzgarás a tu prójimo. (Ex. 23.6-8; Dt. 16.19) 16 No andarás chismeando entre tu pueblo. No atentarás contra la vida de tu prójimo. Yo Jehová. 17 No aborrecerás a tu hermano en tu corazón; razonarás con tu prójimo, para que no participes de su pecado. 18 No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. (Mt. 5.43; 19.19; 22.39; Mr. 12.31; Lc. 10.27; Ro. 13.9; Ga. 5.14; Stg. 2.8) Yo Jehová. 19 Mis estatutos guardarás. No harás ayuntar tu ganado con animales de otra especie; tu campo no sembrarás con mezcla de semillas, y no te pondrás vestidos con mezcla de hilos. (Dt. 22.9-11) 20 Si un hombre yaciere con una mujer que fuere sierva desposada con alguno, y no estuviere rescatada, ni le hubiere sido dada libertad, ambos serán azotados; no morirán, por cuanto ella no es libre. 21 Y él traerá a Jehová, a la puerta del tabernáculo de reunión, un carnero en expiación por su culpa. 22 Y con el carnero de la expiación lo reconciliará el sacerdote delante de Jehová, por su pecado que cometió; y se le perdonará su pecado que ha cometido. 23 Y cuando entréis en la tierra, y plantéis toda clase de árboles frutales, consideraréis como incircunciso lo primero de su fruto; tres años os será incircunciso; su fruto no se comerá. 24 Y el cuarto año todo su fruto será consagrado en alabanzas a Jehová. 25 Mas al quinto año comeréis el fruto de él, para que os haga crecer su fruto. Yo Jehová vuestro Dios. 26 No comeréis cosa alguna con sangre. (Gn. 9.4; Lv. 7.26-27; 17.10-14; Dt. 12.16, 23; 15.23) No seréis agoreros, ni adivinos. (Dt. 18.10) 27 No haréis tonsura en vuestras cabezas, ni dañaréis la punta de vuestra barba. 28 Y no haréis rasguños en vuestro cuerpo por un muerto, ni imprimiréis en vosotros señal alguna. (Lv. 21.5; Dt. 14.1) Yo Jehová. 29 No contaminarás a tu hija haciéndola fornicar, (Dt. 23.17) para que no se prostituya la tierra y se llene de maldad. 30 Mis días de reposo* (Aquí equivale a sábado) guardaréis, y mi santuario tendréis en reverencia. Yo Jehová. (Lv. 26.2) 31 No os volváis a los encantadores ni a los adivinos; (Dt. 18.11) no los consultéis, contaminándoos con ellos. Yo Jehová vuestro Dios. 32 Delante de las canas te levantarás, y honrarás el rostro del anciano, y de tu Dios tendrás temor. Yo Jehová. 33 Cuando el extranjero morare con vosotros en vuestra tierra, no le oprimiréis. 34 Como a un natural de vosotros tendréis al extranjero que more entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo; porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto. (Ex. 22.21; Dt. 24.17-18; 27.19) Yo Jehová vuestro Dios. 35 No hagáis injusticia en juicio, en medida de tierra, en peso ni en otra medida. 36 Balanzas justas, pesas justas y medidas justas tendréis. (Dt. 25.13-16) Yo Jehová vuestro Dios, que os saqué de la tierra de Egipto. 37 Guardad, pues, todos mis estatutos y todas mis ordenanzas, y ponedlos por obra. Yo Jehová. Levítico 19.2 Lv. 11.44-45; 1 P. 1.16 Lv. 11.44-45 44 Porque yo soy Jehová vuestro Dios; vosotros por tanto os santificaréis, y seréis santos, porque yo soy santo; así que no contaminéis vuestras personas con ningún animal que se arrastre sobre la tierra. 45 Porque yo soy Jehová, que os hago subir de la tierra de Egipto para ser vuestro Dios: seréis, pues, santos, porque yo soy santo. 1 P. 1.16 porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. Levítico 19.3 Ex. 20.12; Dt. 5.16 Ex. 20.12 Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da. Dt. 5.16 Honra a tu padre y a tu madre, como Jehová tu Dios te ha mandado, para que sean prolongados tus días, y para que te vaya bien sobre la tierra que Jehová tu Dios te da. Levítico 19.3 Ex. 20.8; Dt. 5.12 Ex. 20.8 Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Dt. 5.12 Guardarás el día de reposo para santificarlo, como Jehová tu Dios te ha mandado. Levítico 19.4 Lv. 26.1 No haréis para vosotros ídolos, ni escultura, ni os levantaréis estatua, ni pondréis en vuestra tierra piedra pintada para inclinaros a ella; porque yo soy Jehová vuestro Dios. Levítico 19.4 Ex. 20.4; 34.17; Dt. 5.8; 27.15 Ex. 20.4 No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra; 34.17 No te harás dioses de fundición Dt. 5.8 No harás para ti escultura, ni imagen alguna de cosa que está arriba en los cielos, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra; 27.15 Maldito el hombre que hiciere escultura o imagen de fundición, abominación a Jehová, obra de mano de artífice, y la pusiere en oculto. Y todo el pueblo responderá y dirá: Amén. Levítico19.9-10 Lv. 23.22; Dt. 24.19-22 Lv. 23.22 Cuando segareis la mies de vuestra tierra, no segaréis hasta el último rincón de ella, ni espigarás tu siega; para el pobre y para el extranjero la dejarás. Yo Jehová vuestro Dios Dt. 24.19-22 19 Cuando siegues tu mies en tu campo, y olvides alguna gavilla en el campo, no volverás para recogerla; será para el extranjero, para el huérfano y para la viuda; para que te bendiga Jehová tu Dios en toda obra de tus manos. 20 Cuando sacudas tus olivos, no recorrerás las ramas que hayas dejado tras de ti; serán para el extranjero, para el huérfano y para la viuda. 21 Cuando vendimies tu viña, no rebuscarás tras de ti; será para el extranjero, para el huérfano y para la viuda. 22 Y acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto; por tanto, yo te mando que hagas esto. Levítico 19.11 Ex. 20.15; Dt. 5.19 Ex. 20.15 No hurtarás Dt. 5.19 No hurtarás Levítico 19.11 Ex. 20.16; Dt. 5.20 Ex. 20.16 No hablarás contra tu prójimo falso testimonio Dt. 5.20 No dirás falso testimonio contra tu prójimo Levítico 19.12 Ex. 20.7; Dt. 5.11; Mat. 5.33 Ex. 20.7 No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano Dt. 5.11 No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque Jehová no dará por inocente al que tome su nombre en vano. Mat. 5.33 Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos. Levítico 19.13 Dt. 24.14-15 14 No oprimirás al jornalero pobre y menesteroso, ya sea de tus hermanos o de los extranjeros que habitan en tu tierra dentro de tus ciudades. 15 En su día le darás su jornal, y no se pondrá el sol sin dárselo; pues es pobre, y con él sustenta su vida; para que no clame contra ti a Jehová, y sea en ti pecado. Levítico 19.14 Dt. 27.18 Maldito el que hiciere errar al ciego en el camino. Y dirá todo el pueblo: Amén. Levítico 19.15 Ex. 23.6-8; Dt. 16.19 Ex. 23.6-8 6 No pervertirás el derecho de tu mendigo en su pleito. 7 De palabra de mentira te alejarás, y no matarás al inocente y justo; porque yo no justificaré al impío. 8 No recibirás presente; porque el presente ciega a los que ven, y pervierte las palabras de los justos. Dt. 16.19 No tuerzas el derecho; no hagas acepción de personas, ni tomes soborno; porque el soborno ciega los ojos de los sabios, y pervierte las palabras de los justos. Levítico 19.18 Mt. 5.43; 19.19; 22.39; Mr. 12.31; Lc. 10.27; Ro. 13.9; Ga. 5.14; Stg. 2.8 Mt. 5.43 Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo; 19.19 Honra a tu padre y a tu madre; y, Amarás a tu prójimo como a ti mismo; 22.39 Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo Mr. 12.31 Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos. Lc. 10.27 Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Ro. 13.9 Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Ga. 5.14 Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Stg. 2.8 Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis Levítico 19.19 Dt. 22.9-11 9 No sembrarás tu viña con semillas diversas, no sea que se pierda todo, tanto la semilla que sembraste como el fruto de la viña. 10 No ararás con buey y con asno juntamente. 11 No vestirás ropa de lana y lino juntamente. Levítico 19.26 Gn. 9.4; Lv. 7.26-27; 17.10-14; Dt. 12.16, 23; 15.23 Gn. 9.4 Pero carne con su vida, que es su sangre, no comeréis Lv. 7.26-27 26 Además, ninguna sangre comeréis en ningún lugar en donde habitéis, ni de aves ni de bestias. 27 Cualquiera persona que comiere de alguna sangre, la tal persona será cortada de entre su pueblo; 17.10-14 10 Si cualquier varón de la casa de Israel, o de los extranjeros que moran entre ellos, comiere alguna sangre, yo pondré mi rostro contra la persona que comiere sangre, y la cortaré de entre su pueblo. 11 Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona. 12 Por tanto, he dicho a los hijos de Israel: Ninguna persona de vosotros comerá sangre, ni el extranjero que mora entre vosotros comerá sangre. 13 Y cualquier varón de los hijos de Israel, o de los extranjeros que moran entre ellos, que cazare animal o ave que sea de comer, derramará su sangre y la cubrirá con tierra. 14 Porque la vida de toda carne es su sangre; por tanto, he dicho a los hijos de Israel: No comeréis la sangre de ninguna carne, porque la vida de toda carne es su sangre; cualquiera que la comiere será cortado. Dt. 12.16 Solamente que sangre no comeréis; sobre la tierra la derramaréis como agua, 23 Solamente que te mantengas firme en no comer sangre; porque la sangre es la vida, y no comerás la vida juntamente con su carne; 15.23 Solamente que no comas su sangre; sobre la tierra la derramarás como agua Levítico 19.26 Dt. 18.10 No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero Levítico 19.27-28 Lv. 21.5; Dt. 14.1 Lv. 21.5 Entonces vendrán los sacerdotes hijos de Leví, porque a ellos escogió Jehová tu Dios para que le sirvan, y para bendecir en el nombre de Jehová; y por la palabra de ellos se decidirá toda disputa y toda ofensa Dt. 14.1 Hijos sois de Jehová vuestro Dios; no os sajaréis, ni os raparéis a causa de muerto Levítico 19.29 Dt. 23.17 No haya ramera de entre las hijas de Israel, ni haya sodomita de entre los hijos de Israel Levítico 19.30 Lv. 26.2 Guardad mis días de reposo, y tened en reverencia mi santuario. Yo Jehová. Levítico 19.31 Dt. 18.11 ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos Levítico 19.33-34 Ex. 22.21; Dt. 24.17-18; 27.19 Ex. 22.21 Y al extranjero no engañarás ni angustiarás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto Dt. 24.17-18 17 No torcerás el derecho del extranjero ni del huérfano, ni tomarás en prenda la ropa de la viuda, 18 sino que te acordarás que fuiste siervo en Egipto, y que de allí te rescató Jehová tu Dios; por tanto, yo te mando que hagas esto; 27.19 Maldito el que pervirtiere el derecho del extranjero, del huérfano y de la viuda. Y dirá todo el pueblo: Amén. Levítico 19.35-36 Dt. 25.13-16 13 No tendrás en tu bolsa pesa grande y pesa chica, 14 ni tendrás en tu casa efa grande y efa pequeño. 15 Pesa exacta y justa tendrás; efa cabal y justo tendrás, para que tus días sean prolongados sobre la tierra que Jehová tu Dios te da. 16 Porque abominación es a Jehová tu Dios cualquiera que hace esto, y cualquiera que hace injusticia.

Leyes de santidad y de justicia
Levítico 19.1-37
1  Habló Jehová a Moisés,  diciendo:
2  Habla a toda la congregación de los hijos de Israel,  y diles: Santos seréis,  porque santo soy yo Jehová vuestro Dios. (Lv. 11.44-45; 1 P. 1.16)
3  Cada uno temerá a su madre y a su padre, (Ex. 20.12; Dt. 5.16) y mis días de reposo* (aquí equivale a sábado) guardaréis. (Ex. 20.8; Dt. 5.12) Yo Jehová vuestro Dios.
4  No os volveréis a los ídolos  (Lv. 26.1) ni haréis para vosotros dioses de fundición. (Ex. 20.4; 34.17; Dt. 5.8; 27.15) Yo Jehová vuestro Dios.
5  Y cuando ofreciereis sacrificio de ofrenda de paz a Jehová,  ofrecedlo de tal manera que seáis aceptos.
6  Será comido el día que lo ofreciereis,  y el día siguiente;  y lo que quedare para el tercer día,  será quemado en el fuego.
7  Y si se comiere el día tercero,  será abominación;  no será acepto,
8  y el que lo comiere llevará su delito,  por cuanto profanó lo santo de Jehová;  y la tal persona será cortada de su pueblo.
9  Cuando siegues la mies de tu tierra,  no segarás hasta el último rincón de ella,  ni espigarás tu tierra segada.
10  Y no rebuscarás tu viña,  ni recogerás el fruto caído de tu viña;  para el pobre y para el extranjero lo dejarás. (Lv. 23.22; Dt. 24.19-22)  Yo Jehová vuestro Dios.
11  No hurtaréis, (Ex. 20.15; Dt. 5.19) y no engañaréis (Ex. 20.16; Dt. 5.20) ni mentiréis el uno al otro.
12  Y no juraréis falsamente por mi nombre, (Ex. 20.7; Dt. 5.11; Mat. 5.33) profanando así el nombre de tu Dios.  Yo Jehová.
13  No oprimirás a tu prójimo,  ni le robarás.  No retendrás el salario del jornalero en tu casa hasta la mañana. (Dt. 24.14-15)
14  No maldecirás al sordo,  y delante del ciego no pondrás tropiezo, (Dt. 27.18) sino que tendrás temor de tu Dios.  Yo Jehová.
15  No harás injusticia en el juicio,  ni favoreciendo al pobre ni complaciendo al grande;  con justicia juzgarás a tu prójimo. (Ex. 23.6-8; Dt. 16.19)
16  No andarás chismeando entre tu pueblo.  No atentarás contra la vida de tu prójimo.  Yo Jehová.
17  No aborrecerás a tu hermano en tu corazón;  razonarás con tu prójimo,  para que no participes de su pecado.
18  No te vengarás,  ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo,  sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. (Mt. 5.43; 19.19; 22.39; Mr. 12.31; Lc. 10.27; Ro. 13.9; Ga. 5.14; Stg. 2.8)  Yo Jehová.
19  Mis estatutos guardarás.  No harás ayuntar tu ganado con animales de otra especie;  tu campo no sembrarás con mezcla de semillas,  y no te pondrás vestidos con mezcla de hilos. (Dt. 22.9-11)
20  Si un hombre yaciere con una mujer que fuere sierva desposada con alguno,  y no estuviere rescatada,  ni le hubiere sido dada libertad,  ambos serán azotados;  no morirán,  por cuanto ella no es libre.
21  Y él traerá a Jehová,  a la puerta del tabernáculo de reunión,  un carnero en expiación por su culpa.
22  Y con el carnero de la expiación lo reconciliará el sacerdote delante de Jehová,  por su pecado que cometió;  y se le perdonará su pecado que ha cometido.
23  Y cuando entréis en la tierra,  y plantéis toda clase de árboles frutales,  consideraréis como incircunciso lo primero de su fruto;  tres años os será incircunciso;  su fruto no se comerá.
24  Y el cuarto año todo su fruto será consagrado en alabanzas a Jehová.
25  Mas al quinto año comeréis el fruto de él,  para que os haga crecer su fruto.  Yo Jehová vuestro Dios.
26  No comeréis cosa alguna con sangre. (Gn. 9.4; Lv. 7.26-27; 17.10-14; Dt. 12.16, 23; 15.23) No seréis agoreros,  ni adivinos. (Dt. 18.10)
27  No haréis tonsura en vuestras cabezas,  ni dañaréis la punta de vuestra barba.
28  Y no haréis rasguños en vuestro cuerpo por un muerto,  ni imprimiréis en vosotros señal alguna. (Lv. 21.5; Dt. 14.1) Yo Jehová.
29  No contaminarás a tu hija haciéndola fornicar, (Dt. 23.17) para que no se prostituya la tierra y se llene de maldad.
30  Mis días de reposo* (Aquí equivale a sábado) guardaréis,  y mi santuario tendréis en reverencia.  Yo Jehová. (Lv. 26.2)
31  No os volváis a los encantadores ni a los adivinos; (Dt. 18.11) no los consultéis,  contaminándoos con ellos.  Yo Jehová vuestro Dios.
32  Delante de las canas te levantarás,  y honrarás el rostro del anciano,  y de tu Dios tendrás temor.  Yo Jehová.
33  Cuando el extranjero morare con vosotros en vuestra tierra,  no le oprimiréis.
34  Como a un natural de vosotros tendréis al extranjero que more entre vosotros,  y lo amarás como a ti mismo;  porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto. (Ex. 22.21; Dt. 24.17-18; 27.19) Yo Jehová vuestro Dios.
35  No hagáis injusticia en juicio,  en medida de tierra,  en peso ni en otra medida.
36  Balanzas justas,  pesas justas y medidas justas tendréis. (Dt. 25.13-16) Yo Jehová vuestro Dios,  que os saqué de la tierra de Egipto.
37  Guardad,  pues,  todos mis estatutos y todas mis ordenanzas,  y ponedlos por obra.  Yo Jehová.
Levítico 19.2 Lv. 11.44-45; 1 P. 1.16
Lv. 11.44-45 44  Porque yo soy Jehová vuestro Dios;  vosotros por tanto os santificaréis,  y seréis santos,  porque yo soy santo;  así que no contaminéis vuestras personas con ningún animal que se arrastre sobre la tierra. 45  Porque yo soy Jehová,  que os hago subir de la tierra de Egipto para ser vuestro Dios: seréis,  pues,  santos,  porque yo soy santo.
1 P. 1.16 porque escrito está:  Sed santos,  porque yo soy santo.
Levítico 19.3 Ex. 20.12; Dt. 5.16
Ex. 20.12 Honra a tu padre y a tu madre,  para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da.
Dt. 5.16 Honra a tu padre y a tu madre,  como Jehová tu Dios te ha mandado,  para que sean prolongados tus días,  y para que te vaya bien sobre la tierra que Jehová tu Dios te da.
Levítico 19.3 Ex. 20.8; Dt. 5.12
Ex. 20.8 Acuérdate del día de reposo para santificarlo.
Dt. 5.12 Guardarás el día de reposo para santificarlo,  como Jehová tu Dios te ha mandado.
Levítico 19.4 Lv. 26.1 No haréis para vosotros ídolos,  ni escultura,  ni os levantaréis estatua,  ni pondréis en vuestra tierra piedra pintada para inclinaros a ella;  porque yo soy Jehová vuestro Dios.
Levítico 19.4 Ex. 20.4; 34.17; Dt. 5.8; 27.15
Ex. 20.4 No te harás imagen,  ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo,  ni abajo en la tierra,  ni en las aguas debajo de la tierra; 34.17 No te harás dioses de fundición
Dt. 5.8 No harás para ti escultura,  ni imagen alguna de cosa que está arriba en los cielos,  ni abajo en la tierra,  ni en las aguas debajo de la tierra; 27.15 Maldito el hombre que hiciere escultura o imagen de fundición,  abominación a Jehová,  obra de mano de artífice,  y la pusiere en oculto.  Y todo el pueblo responderá y dirá:  Amén.
Levítico19.9-10 Lv. 23.22; Dt. 24.19-22
Lv. 23.22 Cuando segareis la mies de vuestra tierra,  no segaréis hasta el último rincón de ella,  ni espigarás tu siega;  para el pobre y para el extranjero la dejarás.  Yo Jehová vuestro Dios
Dt. 24.19-22 19  Cuando siegues tu mies en tu campo,  y olvides alguna gavilla en el campo,  no volverás para recogerla;  será para el extranjero,  para el huérfano y para la viuda;  para que te bendiga Jehová tu Dios en toda obra de tus manos. 20  Cuando sacudas tus olivos,  no recorrerás las ramas que hayas dejado tras de ti;  serán para el extranjero,  para el huérfano y para la viuda. 21  Cuando vendimies tu viña,  no rebuscarás tras de ti;  será para el extranjero,  para el huérfano y para la viuda. 22  Y acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto;  por tanto,  yo te mando que hagas esto.
Levítico 19.11 Ex. 20.15; Dt. 5.19
Ex. 20.15 No hurtarás
Dt. 5.19 No hurtarás
Levítico 19.11 Ex. 20.16; Dt. 5.20
Ex. 20.16 No hablarás contra tu prójimo falso testimonio
Dt. 5.20 No dirás falso testimonio contra tu prójimo
Levítico 19.12 Ex. 20.7; Dt. 5.11; Mat. 5.33
Ex. 20.7 No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano;  porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano
Dt. 5.11 No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano;  porque Jehová no dará por inocente al que tome su nombre en vano.
Mat. 5.33 Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás,  sino cumplirás al Señor tus juramentos.
Levítico 19.13 Dt. 24.14-15 14  No oprimirás al jornalero pobre y menesteroso,  ya sea de tus hermanos o de los extranjeros que habitan en tu tierra dentro de tus ciudades. 15  En su día le darás su jornal,  y no se pondrá el sol sin dárselo;  pues es pobre,  y con él sustenta su vida;  para que no clame contra ti a Jehová,  y sea en ti pecado.
Levítico 19.14 Dt. 27.18 Maldito el que hiciere errar al ciego en el camino.  Y dirá todo el pueblo: Amén.
Levítico 19.15 Ex. 23.6-8; Dt. 16.19
Ex. 23.6-8 6  No pervertirás el derecho de tu mendigo en su pleito. 7  De palabra de mentira te alejarás,  y no matarás al inocente y justo;  porque yo no justificaré al impío. 8  No recibirás presente;  porque el presente ciega a los que ven,  y pervierte las palabras de los justos.
Dt. 16.19 No tuerzas el derecho;  no hagas acepción de personas,  ni tomes soborno;  porque el soborno ciega los ojos de los sabios,  y pervierte las palabras de los justos.
Levítico 19.18 Mt. 5.43; 19.19; 22.39; Mr. 12.31; Lc. 10.27; Ro. 13.9; Ga. 5.14; Stg. 2.8
Mt. 5.43 Oísteis que fue dicho:  Amarás a tu prójimo,  y aborrecerás a tu enemigo; 19.19 Honra a tu padre y a tu madre;  y,  Amarás a tu prójimo como a ti mismo; 22.39 Y el segundo es semejante:  Amarás a tu prójimo como a ti mismo
Mr. 12.31 Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.  No hay otro mandamiento mayor que éstos.
Lc. 10.27 Aquél,  respondiendo,  dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,  y con toda tu alma,  y con todas tus fuerzas,  y con toda tu mente;  y a tu prójimo como a ti mismo.
Ro. 13.9 Porque: No adulterarás,  no matarás,  no hurtarás,  no dirás falso testimonio,  no codiciarás,  y cualquier otro mandamiento,  en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Ga. 5.14 Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Stg. 2.8 Si en verdad cumplís la ley real,  conforme a la Escritura:  Amarás a tu prójimo como a ti mismo,  bien hacéis
Levítico 19.19 Dt. 22.9-11 9  No sembrarás tu viña con semillas diversas,  no sea que se pierda todo,  tanto la semilla que sembraste como el fruto de la viña. 10  No ararás con buey y con asno juntamente. 11  No vestirás ropa de lana y lino juntamente.
Levítico 19.26 Gn. 9.4; Lv. 7.26-27; 17.10-14; Dt. 12.16, 23; 15.23
Gn. 9.4 Pero carne con su vida,  que es su sangre,  no comeréis
Lv. 7.26-27 26  Además,  ninguna sangre comeréis en ningún lugar en donde habitéis,  ni de aves ni de bestias. 27  Cualquiera persona que comiere de alguna sangre,  la tal persona será cortada de entre su pueblo; 17.10-14 10  Si cualquier varón de la casa de Israel,  o de los extranjeros que moran entre ellos,  comiere alguna sangre,  yo pondré mi rostro contra la persona que comiere sangre,  y la cortaré de entre su pueblo. 11  Porque la vida de la carne en la sangre está,  y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas;  y la misma sangre hará expiación de la persona. 12  Por tanto,  he dicho a los hijos de Israel: Ninguna persona de vosotros comerá sangre,  ni el extranjero que mora entre vosotros comerá sangre. 13  Y cualquier varón de los hijos de Israel,  o de los extranjeros que moran entre ellos,  que cazare animal o ave que sea de comer,  derramará su sangre y la cubrirá con tierra. 14  Porque la vida de toda carne es su sangre;  por tanto,  he dicho a los hijos de Israel: No comeréis la sangre de ninguna carne,  porque la vida de toda carne es su sangre;  cualquiera que la comiere será cortado.
Dt. 12.16 Solamente que sangre no comeréis;  sobre la tierra la derramaréis como agua, 23 Solamente que te mantengas firme en no comer sangre;  porque la sangre es la vida,  y no comerás la vida juntamente con su carne; 15.23 Solamente que no comas su sangre;  sobre la tierra la derramarás como agua
Levítico 19.26 Dt. 18.10 No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego,  ni quien practique adivinación,  ni agorero,  ni sortílego,  ni hechicero
Levítico 19.27-28 Lv. 21.5; Dt. 14.1
Lv. 21.5 Entonces vendrán los sacerdotes hijos de Leví,  porque a ellos escogió Jehová tu Dios para que le sirvan,  y para bendecir en el nombre de Jehová;  y por la palabra de ellos se decidirá toda disputa y toda ofensa
Dt. 14.1 Hijos sois de Jehová vuestro Dios;  no os sajaréis,  ni os raparéis a causa de muerto
Levítico 19.29 Dt. 23.17 No haya ramera de entre las hijas de Israel,  ni haya sodomita de entre los hijos de Israel
Levítico 19.30 Lv. 26.2 Guardad mis días de reposo,  y tened en reverencia mi santuario.  Yo Jehová.
Levítico 19.31 Dt. 18.11 ni encantador,  ni adivino,  ni mago,  ni quien consulte a los muertos
Levítico 19.33-34 Ex. 22.21; Dt. 24.17-18; 27.19
Ex. 22.21 Y al extranjero no engañarás ni angustiarás,  porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto
Dt. 24.17-18 17  No torcerás el derecho del extranjero ni del huérfano,  ni tomarás en prenda la ropa de la viuda, 18  sino que te acordarás que fuiste siervo en Egipto,  y que de allí te rescató Jehová tu Dios;  por tanto,  yo te mando que hagas esto; 27.19 Maldito el que pervirtiere el derecho del extranjero,  del huérfano y de la viuda.  Y dirá todo el pueblo: Amén.
Levítico 19.35-36 Dt. 25.13-16 13  No tendrás en tu bolsa pesa grande y pesa chica, 14  ni tendrás en tu casa efa   grande y efa pequeño. 15  Pesa exacta y justa tendrás;  efa   cabal y justo tendrás,  para que tus días sean prolongados sobre la tierra que Jehová tu Dios te da. 16  Porque abominación es a Jehová tu Dios cualquiera que hace esto,  y cualquiera que hace injusticia.